Por Marcelo Alderete
Los festivales de cine, como casi todas las cosas en el mundo, comienzan a volver a la normalidad. O al menos a eso que alguna vez conocimos como “normalidad”. Sabemos que las cosas no serán mejores, como algunos predijeron, sino todo lo contrario. Estos tiempos no hicieron más que confirmar que todo puede empeorar y que las personas, en situaciones extremas, no solemos dar lo mejor de nosotros. Pero dejemos esto para sociólogos y panelistas de televisión y ocupémonos del cine y los festivales.
A pesar de estar separadas por apenas un poco más de 700 kilómetros, los responsables del festival de Rotterdam (26 de enero al 6 de febrero) decidieron realizar el evento de manera online, por segundo año consecutivo, mientras que los de la Berlinale (10 al 20 de febrero), luego de mucho suspenso, optaron por volver a la presencialidad, extremando los cuidados y protocolos sanitarios.
La organización de un festival de cine, y más del tamaño de estos dos, implica mucho trabajo y preparación previa. Por eso, una vez que se toman ciertas decisiones, se hace imposible volver atrás. Pocos días antes de la noche inaugural del festival, la ciudad de Rotterdam anunció que las salas de cine podían volver a funcionar de manera normal. Claro que ya era demasiado tarde para el festival y apenas les quedó el triste consuelo de saber que al menos el cierre del festival se iba a poder llevar a cabo en una sala de cine y con público.
Pero, así como hay decisiones políticas, siempre ocultas y de espaldas a la gente, también hay decisiones artísticas que seguramente llevaron a cada festival a tomar sus respectivas decisiones. La programación de Rotterdam, su núcleo fuerte al menos, está armada por películas y realizadores nuevos (estrenos mundiales e internacionales), a los que se les suman retrospectivas y títulos en diferentes panoramas, títulos que a esa altura ya fueron estrenadas o exhibidas en algún lugar. Mientras que la selección de la Berlinale se arma en su mayoría con estrenos mundiales en todas sus secciones, grandes nombres por aquí y allá, otros a descubrir, y alfombra roja. (La alfombra roja es algo que ni siquiera el nuevo y sofisticado equipo de programación logró dejar de lado, ya volveremos sobre esto).
Es bastante probable que Rotterdam haya perdido muchas películas luego de la decisión de ir online, pero para la Berlinale habría sido desastroso. No fueron pocos los directores y productores, siempre off the record, que el año pasado mostraron su arrepentimiento y enojo por el hecho de tener que estrenar sus películas a través de pantallas hogareñas. Berlín, San Sebastián, Venecia y Cannes, son eventos que representan mucho para sus respectivas ciudades como para sostenerse en la virtualidad.
Y hoy, ya casi dos años después de la aparición del virus, todos saben que la virtualidad es algo imposible de mantener en el tiempo.
LA COBERTURA
Desde Haciendo Cine estaremos cubriendo el festival de Berlín, pero este humilde reportero no se encuentra en dicha ciudad, sino en la comodidad de su living, siguiendo todo a través de la pantalla de una computadora. Y si bien mi plan original era asistir al festival, una serie de demoras burocráticas no me lo permitieron a último momento.
Estas épocas son tan dementes y cambiantes que, durante algunos días, y siempre según la situación sanitaria, se podía ingresar a Alemania, pero no participar del festival. Para participar de la Berlinale, esta vez hará falta estar vacunados y tener, al menos, un refuerzo. Los críticos, además, se deberán hisopar diariamente. El porqué de esto último, y siempre según los organizadores, es que los críticos se mueven mucho. Es inevitable que en algún momento los festivales formen una especie de FIFA (la asociación del fútbol) y terminen creando sus propias leyes. Así, por ejemplo, cuando un productor golpee a un crítico, ya no será la ley común la encargada de dar su veredicto, sino los Barbera, Fremeaux, Chatrian y otros directores de festivales del mundo.
En cuanto a la programación podemos decir que, como suele ser, tiene grandes nombres en las competencias junto a otros autores por descubrir. El paso de los días nos dirá con más exactitud el nivel de la selección. No perdamos las esperanzas. Uno de los periódicos más populares de Berlín ya realizó su crítica, diciendo que en la programación brillaban por su ausencia las estrellas y que la alfombra roja iba a ser una tristeza. Todo esto dicho sobre un festival que tiene como invitados de lujo a Isabelle Huppert, quien recibirá un homenaje, y como presidente de jurado al realizador M. Night Shyamalan. Esta es una queja constante de cierta prensa y de los políticos (de la cultura o no) de turno. La idea de que los festivales no son para que la gente (¡el pueblo!) disfrute de una semana viendo películas, sino una pequeña fiesta para que los famosos sean retratados. Lo dicho, no sólo no salimos mejores, sino que tampoco nada cambió.
Cuando lean esto, como suele decirse, el festival ya habrá comenzado. La película de apertura, y también en competencia, es «Peter Von Kant», de Francois Ozon, libremente inspirada en Las amargas lágrimas de Petra von Kant (1977) de Rainer Werner Fassbinder. No es la primera vez que Ozon se mete con textos de Fassbinder. Vaya uno a saber cuál será la conexión del francés con el alemán. Es difícil encontrarles puntos en común, más allá de lo prolífico de cada uno.
Pero ya que hablamos del díscolo autor alemán, y despidiéndonos por ahora, vale la pena recordar lo siguiente. En el documental «Fassbinder» (2015), de Annekatrin Hendel, vemos imágenes de un joven Rainer Werner presentando su ópera prima El amor es más frío que la muerte (1969) en el festival de Berlín. Luego de proyectada la película, Fassbinder sube al escenario y es recibido con abucheos. Hoy el público ya no abuchea. Y las películas de Fassbinder las dirige Francois Ozon. El mundo, sin duda, ha cambiado.
Nos vemos en la próxima, en donde sí, ya empezaremos a hablar de películas.