Por Marcelo Alderete
Elefantes
El Forum de la Berlinale es una de esas secciones míticas (es más que una sección ya que funciona de manera independiente, pero simplifiquemos en nombre de la brevedad) de la historia de los festivales, pero que últimamente vive más de su leyenda que de su actualidad. Lo mismo ocurre con otros espacios similares en el resto del mundo: la Quinzaine des réalisateurs en Cannes, Orizzonti en Venecia. Lugares en los que en otros tiempos lo más arriesgado del cine de su época encontraba su lugar de exhibición, evitando los faustos de las competencias oficiales, pero quedándose con el prestigio de ser un cine sofisticado.
Pero hace años que todo eso cambió.
Hoy esos espacios no suelen ser más que una extensión de lo que las competencias oficiales dejan afuera y poco más. Hay un cine que los grandes festivales ya no pueden, y no quieren, mostrar. Al menos en sus competencias, claro está. Basta ver la textura de la imagen de ciertas películas para saber que su llegada a la alfombra roja de los grandes festivales es imposible. El cine de los festivales, cada vez más, requiere que sus películas sean atletas perfectos y efectivos. Un poco como en el mundo del fútbol, en donde un jugador con un poco de panza jamás llegará a jugar en la Premier League. Ante este panorama, esas otras películas aceptan su lugar de cenicientas y ser parte del juego desde otros lugares, periféricos, pero siempre necesarios.
Es sabido que los festivales necesitan muchas películas. Algunos directores, inclusive, manejan (y en algunos casos arruinan) sus carreras pensando en sus filmografías como una serie de escalafones que hay que ir superando hasta llegar a la cima. (También algunos de mis colegas programadores y directores de festivales hacen lo mismo, seamos honestos). Películas cada vez más grandes, más caras, técnicos más sofisticados, actores famosos, si son extranjeros muchos mejor y coproducciones con empresas de otros lados del mundo para completar el combo. (Aquí también entra la vida social de directores, directores de festivales, programadores, etcétera, pero esto es demasiado personal y corro el riesgo de utilizar nombres propios, así que dejémoslo para otro momento). Incluso un autor tan único y talentoso como Apichatpong Weerasethakul no logra (aunque quizás tampoco quiera) escapar de esto. Hace un tiempo se editó en Argentina el libro «Escritos fundamentales» de Manny Farber, un compilado de textos del gran crítico norteamericano. Allí aparece uno de sus más famosos escritos: Arte termita vs. Arte Elefante Blanco, un texto en el que Farber separaba a las películas fastuosas con grandes e importantes temas, siempre sofisticadas en su superficie, contra otras, las termitas, films que utilizan formas, y temáticas, más bastardas, pero que finalmente terminan siendo las que realmente valen la pena. Hoy el cine elefante-blanco sigue entre nosotros. Aunque quizás ya no sean blancos los nuevos elefantes, sino dorados, plateados o multicolores, y los festivales de cine el lugar en donde estos nuevos elefantes, en vez de ir a morir, van a pavonearse en la alfombra roja. Por suerte, algunas termitas siguen resistiendo.
Termitas
Pero volvamos por un rato al Forum. Cuando el nuevo equipo de programadores, comandados por Carlo Chatrian, asumió el control artístico del festival (¿hace ya tres años?), tomó la decisión de crear una nueva competencia llamada Encounters. Más allá de las innegables buenas intenciones, la idea de agregar competencias en los festivales siempre tiene más que ver con la necesidad de ofrecerles algo más a las películas que a necesidades reales de la programación. No es lo mismo invitar a una película a ser parte de un panorama que de una competencia. Y a los directores, productores, distribuidores, etcétera, les encanta competir, como a los críticos seguir las competencias. Encounters, entonces, se transformó en una competencia B, en donde irían a parar esos títulos más arriesgados, esas películas a descubrir, pero también con algunos nombres conocidos (y reconocidos) que, por alguna razón, no llegaban a la competencia oficial. Un acompañamiento perfecto para la sección oficial, pero que inevitablemente le terminó restando títulos al Forum. En ese afán de siempre tener más, los festivales -a veces- no solo perjudican a otros festivales, también lo hacen a ellos mismos. Al fin de cuentas, estos eventos no son más que un reflejo del mundo en el que vivimos, en donde los que más tienen, más quieren, etcétera. (Disculpas por este exabrupto populista). Al Forum le queda entonces una tarea que en los papeles suena bella y heroica, la de buscar ese otro cine entre lo que es dejado de lado, pero que en la realidad suele ser ardua y áspera. Ya que por otra parte, y quizás contradiciendo todo lo que veníamos hablando, la idea de que por debajo de las películas que recorren los festivales hay un universo de obras maravillosas, aunque ocultas por los programadores de turno vaya uno a saber por qué motivos espurios, tampoco es del todo cierta. Quizás no haya que darle tanta importancia a los festivales, pero en un mundo en el que la exhibición cada vez se vuelve un terreno más incierto, la mayoría de las películas quizás sólo tengan su momento de gloria al estrenarse en festivales. Demasiados temas, y todos complicados. Dejemos esto por acá, por ahora, y pasemos de una vez por todas a las películas.
Caballos
En sus excéntricos días de juventud Max Fischer supo decir que el secreto de la vida era encontrar algo que te guste y hacerlo por el resto de tus días. No sé si la directora Jacquelyn Mills seguirá haciendo películas por el resto de su vida, pero ojalá que sí. Su obra, compuesta hasta ahora por dos documentales y unos cortometrajes, está fuertemente ligada a su experiencia de vida. Algo que se puede transformar en un problema (consejo para una querida amiga directora). No vi su película anterior, titulada “In the waves”, pero basta leer la sinopsis y ver algunas imágenes para darnos cuenta de que el cine para Mills es algo cercano y personal. “Geographies of Solitude”, estrenada en el Forum, nos muestra (casi escribo: nos cuenta) los días y trabajos de Zoe Lucas, una mujer que en la década del 70, cuando era estudiante de arte, visitó la Isla Sable (Canadá) para luego quedarse a vivir ahí y dedicarse a la investigación de la flora y fauna que habitan en ese lugar. Especialmente unos caballos salvajes que se pasean por los hermosos paisajes de la isla y cuyas defecaciones se transforman no solo en material de estudio, sino también en material para revelar el 16mm que utiliza la directora para su película. (Esto me hizo recordar el cortometraje “Sound of a Million Insects, Light of a Thousand Stars”, en donde el director japonés Nishikawa Tomonari enterraba unos metros de film en un bosque cerca de las abandonadas plantas nucleares de Nagasaki para después mostrarnos el revelado producido por los restos de radioactividad de la zona). La directora y su personaje aman su trabajo y se dedican de manera artesanal a llevarlo a cabo. Y la película nos transmite eso, a dos mujeres que encontraron lo que aman en sus oficios y parecen empeñadas en seguir haciéndolo. Aunque eso las conduzca a la soledad de la que habla el título. Esa soledad que suele ser el destino de los verdaderos artistas. Y si bien la película nos ofrece por momentos escenas de una belleza tan grande que bien podrían pasar por eso que nuestro Farber local supo definir como “bombones cinéfilos”, se termina elevando por sobre esas bellas imágenes para finalmente mostrarnos un mundo lejos de todo, en donde una persona encontró la felicidad, mientras otra lo registra. Un tema, la felicidad, que al cine de hoy parece no importarle. Como veremos a continuación.
Osos
Mientras tanto, en la competencia oficial se estrena la ópera prima de la directora mexicana Natalia López Gallardo, titulada “Manto de gemas”, aunque vaya uno a saber por qué en la página del festival es imposible encontrar su título en castellano. Allí aparece todo el tiempo como “Robe of gems”. La película cuenta una historia familiar, varias, mejor dicho, con el trasfondo de un México arrasado por la violencia. Violencia, lucha de clases, narcotráfico, corrupción, desapariciones, más violencia. Todo registrado con un talento formal y técnico innegable y una fotografía lustrosa en pantalla ancha. Es más que probable que la película se termine llevando alguno de los premios.
Mientras tanto, los caballos salvajes de la Isla Sable siguen retozando, ajenos a las intrigas palaciegas de los festivales de cine y sus responsables.
Hasta la próxima.