“La Dosis” es la ópera prima de Martín Kraut y hay que decir que el filme ya se probó en los niveles más exigentes del medio: debut en nada menos que el Festival Internacional de Cine de Rotterdam (uno de los pocos del mundo que siguen apostando por la mezcla de géneros y la experimentación con el lenguaje cinematográfico), además de participar en la última edición del BIFAN (el Bucheon International Film Festival de Corea) y el Fantasia International Film Festival de Canadá.
“El disparador fue un caso que sucedió en Uruguay en 2012, donde dos enfermeros confesaron que mataban pacientes”, recuerda Martín Kraut, director y autor del guion. “Uno lo hacía por piedad, pero el otro lo hacía por algo más sacado. Así empecé a escribir la película. Ellos confesaron unos quince casos, pero quedó la sospecha de que podrían haber sido hasta quinientos. Cuando se hicieron las pericias, la justicia no pudo comprobar nada y quedaron libres. Ahí me quedé sin historia real de cómo continuar, pero al mismo tiempo me dio la posibilidad de hacer mi propio camino. A partir de ese punto escribí más liberado, con varios cambios en la descripción de los personajes. Por ejemplo, en la vida real, el personaje de Rogers -que en la película es un seductor- era en realidad un maltratador, así que, a ese concepto inicial lo desarrollé con mi propia versión, nutriéndome de otras historias. Una de ellas fue la del asesino serial más grande del nazismo, quien paradójicamente era enfermero, y decía que mataba porque se aburría o porque quería quedar bien con los médicos”, comenta Kraut sobre el origen del proyecto
Un concepto como el de “La Dosis” necesitaba de actores versátiles para poder involucrar al espectador en la propuesta. Entran Carlos Portaluppi e Ignacio Rogers.
Sobre su llegada a la ópera prima de Martín Kraut, el actor recuerda: “El guion estaba muy bien escrito, es un trabajo hermoso. Ya desde la primera lectura percibí el manejo de tiempos y climas; además, la temática era muy interesante, una que abría el debate sobre la eutanasia, el deseo de los pacientes en situaciones críticas o terminales. Pero planteaba la situación sin tomar una postura. Mi personaje permite generar empatía porque se solidariza con el dolor de los pacientes que tiene a cargo. Al llegar el personaje de Ignacio, ve en él no solo un competidor sino directamente una amenaza en su espacio de trabajo, donde cree que no podrá seguir creciendo por este chico que irrumpe de una manera poco convencional en la sala y que, además, descubre la su actividad. Ignacio hace un trabajo hermoso. Es siniestro, pero tiene una energía que es, a la vez, amorosa y ambigua”, reflexiona Portaluppi.
(LA NOTA COMPLETA SE ENCUENTRA EN EL NÚMERO DE OCTUBRE DE HACIENDO CINE)