Pablo Giorgelli (Las Acacias, Invisible) se sumerge en las profundas aguas del caribe en «La encomienda», que presentó recientemente en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata y que llegó ayer al cine Gaumont. Protagonizada por Ettore D´Alesaandro, Henry Shaq y Marcelo Subiotto, la película narra cómo, a partir de una tragedia, dos seres se conectan para sobrevivir a pesar de sus diferencias. En el medio demuestra cómo la ambición, la codicia, y el aprovecharse del otro, marca los tiempos actuales, en donde una vida no vale más que una transacción económica.
Con momentos impactantes, y logradas interpretaciones, Giorgelli demuestra una vez más su habilidad con la cámara y el manejo de tiempos, al igual que el excelso control y dirección de intérpretes, y con él hablamos para conocer más detalles de la producción que llega a los cines.
¿Cómo surge la idea de La encomienda?
Fue un comienzo atípico esta vez, en relación a mis películas anteriores. Ettore D´Alesaandro, protagonista y productor de la película, había visto mi película anterior, «Invisible», y me convoca allá por finales de 2019 con una idea que me encantó de inmediato: dos náufragos en el agua, toda la película. Siempre me sentí muy cómodo con la limitación, filmando en espacios reducidos, con pocos personajes. Así que ahí nomás me puse a trabajar en el guion, junto a Adrián Biniez y el propio Ettore. Y al cabo de un tiempo aparece lo que luego termina siendo La Encomienda.
¿Qué cosas sabías que iban a estar presentes, del género, en el relato?
El guion y la película se parecen bastante. Ya en el guion aparece la estructura y los elementos centrales que la película tiene. «La Encomienda» es una película que tiene muchos de los elementos del género «película de náufragos», pero trabajados de otra manera. Hay explosiones, tormentas, tiburones, hambre, sed y deriva, pero no es una película épica. No me interesaba trabajar la película desde ese ángulo. No me interesaba la idea de un personaje que, a partir de su esfuerzo, su ingenio, y su perseverancia, se sobrepone a lo imposible, para nada. La película que yo veía tenía más que ver con lo que, creo, la mayoría de nosotros haría en un caso, así: agarrarse de lo primero que flote y esperar que algún milagro ocurra. Me interesaba más contar una película desde el punto de vista de esos personajes: mientras esperan y sobreviven a la deriva como pueden, en medio del océano, con lo que encuentran. Y a partir de esto sí me interesaba que se pudiera intuir cuales habían sido las razones que llevaron a esos personajes a terminar de ese modo. Pero no quería hacer una película con mensaje o bajada de línea sobre el tema, los excluidos, los migrantes, y el capitalismo como una maquina cada vez más perfecta de generar desigualdad en el mundo. Aunque todo eso esta ahí, en cada escena, todo el tiempo pero complementándose plano a o plano con la línea más vinculada a la supervivencia, al género.
¿Cómo fue el rodaje en el extranjero y en pandemia?
Hermoso y rarísimo a la vez. Fue, creo, el rodaje que más disfruté hasta ahora, más allá del contexto pandémico, los protocolos y el estar lejos de la familia que fue lo que más sufrí. Pero el rodaje en sí fue puro placer y aprendizaje. Filmar en un estudio de agua es otro planeta: las cosas suceden de otro modo, a otra velocidad y hay que pensar los planteos teniendo en cuenta otras variables, además del clima que en el Caribe es muy cambiante. Pero a los pocos días ya había entendido como funcionaba la cosa y me sentía como “pez en el agua”, en gran medida gracias a los productores y al equipo (dominicano en su mayoría, con algunos roles cubiertos por mis colaboradores habituales en Argentina: Diego Poleri en fotografía, Mariano Biasin en dirección y por supuesto Juampa Miller coproductor y productor ejecutivo de la película por el lado argentino) cuya entrega, confianza y cariño fue de lo más lindo que me pasó en mi carrera. La verdad es que trabajan con una libertad y una confianza absoluta, y desde el primer momento me manifestaron esa libertad en cuanto a lo artístico. Y así fue: hice y deshice sin condicionamientos. Por eso es que considero a «La Encomienda» una película personal, una película que asumo completamente.
¿Cómo seleccionaste a los intérpretes?
Casi toda la previa de la película fue por zoom. Una locura, pero la verdad es que nos las arreglamos bastante bien. Ettore es el generador del proyecto y el productor, pero él es actor también y ha participado en numerosas películas. Sin embargo fue muy generoso al ponerse a disposición del proyecto sin condiciones, como cualquier otro aspirante. Pero apenas lo conocí y vi su trabajo sentí que era realmente perfecto para el papel de Pietro y así empezamos a trabajar a la distancia, vía zoom, durante mucho tiempo. Rápidamente encontramos una mirada común sobre cómo encarar el trabajo y el personaje; aunque nos conocimos personalmente cuando llegué a Dominicana, dos semanas antes del rodaje. Y en la película esta increíble. Como suponía, Ettore tiene una potencia y una sensibilidad que construye un Pietro con el cual es imposible no involucrarse. En el caso de Marcelo Subiotto es un actor que me encanta y quería trabajar con él, así que se lo propuse y fue una alegría que haya aceptado. Era muy difícil lo que tenía que hacer, un personaje que agoniza, y logra salir bien parado pero además lo enriquece, muy por encima de lo que yo había imaginado. Me encantaría volver a trabajar con él. Lo más difícil fue cubrir el papel de Benel. El personaje es un joven, adolescente, negro, dominicano, que decide emigrar a USA. Fue difícil encontrarlo. Estuvimos haciendo casting durante muchos meses, con dos directoras de casting en Santo Domingo que buscaban en la ciudad, en barrios alejados. En fin, buscaban en cualquier lado, actores y no actores. Yo seleccionaba y hacíamos pruebas por zoom. Pero en este caso, el hecho de la distancia era complicado por los ejercicios que les planteaba, los pequeños ensayos. En fin, me resultaba muy difícil no verlos en persona. Hasta que un día, por intermedio de la productora dominicana, Carolina Encarnación, apareció Henry Shaq, un joven dominicano de 17, jugador de básquet, que nunca había actuado en nada, ni en el colegio, y que además residía en Paris. Hicimos varios encuentros por zoom y ahí sí, con él, tuve la corazonada de que era el personaje. Trabajamos un poco vía zoom, y lo mismo que con Ettore, lo vi en persona cuando llegué a Dominicana, dos semanas antes de filmar, un riesgo grande la verdad. Yo no sabía a ciencia cierta cómo iba a responder con toda la parafernalia de un rodaje en marcha. Pero la intuición no falló, y en la película esta increíble. Lo que hizo me resulta conmovedor, de una verdad alejada de una actuación más “mainstream” que personalmente deseaba y tiene que ver con la sensibilidad y la inteligencia que Henry tiene naturalmente. Los tres actores están increíbles para mí y su trabajo es una pata fundamental para lograr realmente meterte adentro la película.
¿Cuál fue la escena más difícil de rodar?
Para mí, siempre, las escenas más difíciles de rodar son aquellas que requieren un trabajo minucioso con los actores, aquellas escenas en las que el desafío se centra en poder transmitir el estado interior del personaje. Encontrar la manera, los recursos y la sensibilidad en el trabajo con los actores para que algo de esa emoción buscada aflore. Por supuesto que las escenas complejas de producción también tienen lo suyo, pero es otra complejidad, mas técnica, que se puede resolver desglosando más fino, tratando de entender como tengo que hacer cada parte. Pero siempre las más difíciles, para mí, son aquellas escenas más íntimas en las que lo que busco es que el actor o la actriz transmitan un estado interno, una emoción, una verdad, muchas veces casi prescindiendo de la palabra.
¿Cómo te sentís con que finalmente llegue a las salas, siendo clave, esto, para poder apreciar mucho más la propuesta? ¿Cómo qué te gustaría que se conecte la gente al verla?
Estrenar las películas que uno hace en una sala siempre es un momento de celebración y alegría, realmente. Hay mucho trabajo, sacrificio y esfuerzo detrás, sostenido durante mucho tiempo. Y en este caso especialmente, ya que (y los directores siempre decimos lo mismo pero en este caso se aplica más que nunca) «La Encomienda» fue una película pensada, en cada uno de sus procesos, para ser vista en pantalla grande. Por el punto de vista del relato, la puesta de cámara (en el agua prácticamente siempre), el tratamiento visual y el trabajo sonoro tan minucioso, en la pantalla grande se da un efecto inmersivo que no sucede igual en una pantalla pequeña. Hay mucho más para ver y para oír, para conectar con el relato desde la tripa, desde lo sensorial más allá de la conexión racional que se logra en cualquier formato. Es de esas películas que se perciben distintas, mejor, en una sala de cine, además de la cuestión ritual y la experiencia colectiva, casi de otra época ya, que siempre sucede al ver cine en el cine.