Tras la auspiciosa “La Salada” y colaborar en varias producciones de otros realizadores, Juan Martín Hsu presenta «La Luna Representa mi Corazón», en la que habla de mandatos familiares, secretos y el pasado como construcción de la identidad y la individualidad de los sujetos.
La cámara sigue al director, quien en un lapso de 7 años viajó dos veces desde Argentina a Taiwán a reencontrarse con su madre. La intención inicial era la de averiguar más sobre el asesinato de su padre hasta el realizador entiende que el motivo que lo lleva a filmar a su familia es el de retratar el desarraigo de su madre como una mujer luchadora.
Con una delicada elección de sonidos para acompasar los diálogos con los miembros de su familia, el director atraviesa su narración con la férrea convicción de potenciar sus ideas sobre la propuesta, desde un registro documental casi básico, cámara ubicada en un rincón de la habitación y encuadre en donde muchas veces las cabezas son cortadas por la mitad. Haciendo Cine dialogó con Hsu para saber detalles de su película antes del estreno.
¿Cómo fue encarar este proyecto que tiene tanto de tu intimidad?
Fue difícil, cargado de sentimientos y emociones, algunas dolorosas y otras muy alegres. Pero feliz de que la película también es el justificativo para poder ver, estar y conocer más a mi madre. Y este motivo lo es todo. En ese sentido, nunca hubo un límite para mostrar la intimidad, por parte de todos: de mi madre, mi hermano y yo. Esta es nuestra historia.
¿Cuándo decidiste que querías rodarla?
En el primer viaje que hice a Taipei, en el 2012, decidí llevar una cámara pero con la intención de hacer un registro turístico y familiar. Llevaba 10 años sin ver a mi madre, y nuestro encuentro arrancó con la cámara prendida. Mi madre tiene la particularidad que se lleva muy bien con ella, actúa de manera muy natural y no le inquieta su presencia. En esas primeras semanas mi relación con ella estaba siempre mediada a través de la cámara, y esto reconstruyó nuestra relación. En ese momento empecé a imaginar que tal vez algo de lo grabado podría servir para una película. Al volver de ese viaje, empecé a ver los materiales y me encontré con la escena de despedida en que estamos bebiendo cerveza y mi mamá canta una estrofa del tema La luna representa mi corazón. Esa escena me dio el pie para pensar que acá existía una posible película.
¿Tenías en mente la estructura o fue apareciendo a lo largo del tiempo?
La estructura que tenía en mente estaba armada alrededor de las preguntas sobre qué le pasó a mi viejo, quién era él y quién fue su asesino. Ese fue siempre mi objetivo para la película, preguntas que nunca pude responder. Y en el medio del viaje me había quedado sin horizonte. Así que empecé a hacer un registro más errático, filmando de manera intuitiva, todo lo que me llamara la atención y confiando en que el montaje aparecería la película. Aunque este tipo de procesos es muy doloroso, al no tener una guía, uno queda bastante desconcertado. Y aparece la lucha con uno mismo, pensamientos como: ¿a quién le va a interesar lo que estoy filmando? o ¿para qué me metí en esto? Pero finalmente uno aprende a filmar desde el lugar del desconcierto. Es difícil pero es una experiencia fascinante.
¿Cómo fue el rodaje en Taiwán?
El primer viaje había ido sólo y poco preparado para un rodaje. En el segundo viaje estuve filmando cinco meses sólo y luego unas 5 semanas para filmar las ficciones con un pequeño equipo técnico: un sonidista (Nicolás Torchinsky) y un director de fotografía (Tebbe Schoening). En la etapa en solitario, la idea era que la cámara registrara extensos bloques de tiempo, cada plano de la película es un pequeño fragmento de un plano de unas cuatro horas. La intención era que los temas aparecieran de manera natural y fluida, y la cámara perdiese su presencia hasta volverse invisible. Y así poder pescar el “momento”.
La palabra se privilegia en la propuesta. ¿Por qué crees que el cine, y en el documental, muchas veces se pierde la posibilidad de construir sentido desde ella?
Me parece que algunas películas no necesitan de la palabra porque ya la imagen sola da sentido y esas palabras quedan en el fuera de campo. En el caso de esta película no tenía esas imágenes, hay un pasado, una historia sin registro visual. Por eso la necesidad de privilegiar la palabra para intentar generar esas imágenes en el fuera de campo.
¿Qué cosas aprendiste en este viaje cinematográfico?
Este es el primer documental que hago y lo que aprendí fue lo difícil que es filmar este tipo de películas. Encarar un viaje sin una brújula, una guía, solamente acompañado con la esperanza de que algo va a aparecer, es realmente doloroso, donde uno le pone el cuerpo y el alma, y navega en un mar a oscuras. Este viaje me enseñó a ver con otros ojos películas que transitan estos lugares.
¿Estás con algún nuevo proyecto?
Estoy preparando dos ficciones, Los caminantes de la calle y Los extraños, con la intención de filmar en Taiwán.