La destacada realizadora española Isabel Coixet participó de manera virtual de la edición 34 de «La mujer y el cine», en la que también presentó su última producción, «Nieva en Benidorm». Haciendo Cine pudo hablar en exclusiva con ella para saber su mirada sobre el rol de la mujer en el cine, algunos trabajos y sus primeros recuerdos con el cine.
Creadora de películas maravillosas y profundas como «La vida secreta de las palabras», «Mi vida sin mí», «Ayer no termina nunca» o «La Librería», además de la reciente serie «Foodie Love», protagonizada por el argentino Guillermo Pfening y Laia Costa, realizamos junto a ella un repaso de su profesión.
¿Qué significa para vos participar en La mujer y el cine?
Conozco la trayectoria del festival hace mucho tiempo. Creo que ha sido uno de los pioneros en poner en relieve el papel de la mujer y ha sido un placer hablar con las organizadoras, intercambiar puntos de vista, siendo lo principal que estamos de acuerdo en que las voces de las mujeres se tienen que escuchar y cuantas más voces sean mucho mejor.
¿Qué cambios has visto en relación a la mujer en la industria?
El principal cambio es que las mujeres que tenemos cargos de responsabilidad en el cine ya no somos una minoría. Poco a poco estamos saliendo de las catacumbas. Aunque falta más espacio, yo creo que ahora es mucho más fácil encontrar mujeres editoras, directoras de fotografía, cámaras, eléctricos, en todos los oficios del cine.
Cuando te paraste por primera vez en un set: ¿lo hiciste como mujer realizadora o sólo realizadora?
Cuando decides que hacer cine será tu vida, te sale desde adentro. Es orgánico. Pero es el mundo el que te recuerda que eres mujer, y tú eres tú, con tu pasado, con lo que te pasó, lo que viviste. Y es un poco aburrido. Piensas: «sí, soy una mujer, pero hago cine». Me crie en tres idiomas, con filias y fobias determinadas. Hay un entorno que todo el rato te recuerda que eres mujer y para mi generación ya es demasiado. Estamos hartas: querés hacer cine y basta.
¿Sentiste este dedo marcando que sos mujer con más presión en un lugar que otro?
Quizás, hace muchos años. En los dos países que me he sentido que más me recordaron mi condición fueron Marruecos y México. Pero no sé, las mujeres estamos muy acostumbradas a lidiar con situaciones incómodas. Haces las cosas con voluntad y sentido de humor o a los gritos y golpeando la mesa, que no es mi estilo, pero bueno, si hay que hacerlo, se hace.
Empezaste a trabajar en publicidad, es un mundo aún más machista que el cine, ¿verdad?
Ahí anda, porque la publicidad es un reflejo de la sociedad, y cuando empecé éramos pocas mujeres creativas y directoras. Pero no sé si es más machista, ahí está.
Actualmente muchas realizadoras y realizadores se están volcando al universo de las series, pero no logran imponer su autoría y los protagonistas son las estrellas, vos recientemente hiciste Foodie Love, donde vemos tu sello. ¿Fue complicado hacerla?
Cuando ya haces tantas cosas, como yo he hecho, lo difícil sería hacer algo más genérico o impersonal. Cuando hice la serie lo planteé como una película larga en capítulos, pero no hice algo diferente. Me sentí muy libre, explorando un medio que no conocía, la complejidad de la historia de amor, que no era al uso, y me sentí muy libre, sin renunciar a nada, fue una gran experiencia, me lo pasé genial. Me encantó trabajar con Guillermo Pfening, un tipo de una sensibilidad extrema y con un gran sentido del humor, y eso es muy importante, porque estuvimos muchos meses juntos. Nos hicimos amigos, y sé que él tiene el proyecto de «Alice» como director. Espero poder ayudarle y darle un empujón para que lo haga porque es un proyecto precioso.
¿Qué te inspira?
Me inspiran las paradojas, la gente de esta ciudad durmiendo en un cajero automático mientras un padre de familia con los niños sacan dinero. Me inspira la contradicción constante en la 7¿vivimos, los contrastes entre la riqueza y la pobreza, gente super fiestera y gente solitaria. Una de las grandes inspiraciones de mi vida es que mientras me estoy comiendo un helado de limón, al mismo segundo que lo termino hay una persona muriendo de hambre o muriendo en Ucrania. Esa sensación de un mundo en el que pasan en simultáneo cosas horribles y estupendas es algo que me ha intrigado desde pequeña y que me ha hecho viajar, conocer, indagar y filmar.
¿Esta paradoja te angustia?
Sí, pero lo que hago, como todos, es coger esa angustia y apartarla o intento escribir sobre ella para un poco deshacerme de ella pero nunca te deshaces del todo, es imposible.
¿Eso es lo que te impulsó al cine? ¿Cuándo pensaste en dedicarte a esto?
Creo que desde pequeña, mi abuela era “taquillera” en un cine e iba mucho, y recuerdo ver la pantalla grande y sentirme muy pequeña y pensar “quiero hacer esto”. Me preguntaban si quería ser actriz, y decía no. Empecé en publicidad. No vengo de un entorno privilegiado, y aproveché para aprender, porque pude rodar con directores de fotografía maravillosos. Recorrí el mundo haciendo publicidad y eso, además de servir para ganarte la vida, también te alimenta.
¿Estás con algún proyecto?
Hay cosas que me gustarían mucho hacer, y una me encantaría hacer en Argentina, que es la novela de Camila Sosa Villada, «Las Malas», que me parece una novela impresionante. Me encantaría rodarla, pero bueno, eso ya no va a depender de mí, sino de los productores y todas esas cosas. Pero he terminado un documental, que me llevó dos años hacerlo, que se llama «El techo amarillo», y es sobre un caso de abuso sexual en una escuela de teatro para adolescentes, que seguramente se estrenará en septiembre de este año. Ha sido un largo peregrinaje, pero lo terminamos, es muy universal, sobre el consentimiento y sobre cómo una figura de poder, como un profesor delante de unos adolescentes, aprovecha cualquier ocasión para abusar y hacer que la admiración que tienen los alumnos y alumnas por él, se conviertan en otra cosa.