Cinco amigos deciden hacer una película. Uno es el director, los otros cuatro serán los actores. Los roles se difuminan y la historia la van creando entre todos. Arman las valijas y se van a La Lucila del Mar, donde el resultado de dos semanas de filmación es “Lo que Tenemos”, una comedia dramática con tintes rohmerianos que se siente como una rara avis dentro de la filmografía de un realizador conocido en el cine indie por su aproximación experimental a los formatos y temáticas.
El cuarto largo de Paulo Pécora se centra en dos mujeres que forman una pareja estable y un amigo de ellas que llegan a un pueblo costero, suponemos, a pasar unas vacaciones en una casona prestada. Pero las apariencias y los vínculos entre ellos pueden ser engañosos.
Escrita, producida y financiada por su director junto a Maricel Santín, Mónica Lairana y Alberto Rojas Apel, este grupo que comparte una amistad de años desarrolló el proyecto por fuera del camino de la búsqueda de financiación estatal o privada típica de muchas películas. “Decidimos entonces desde el principio que la haríamos con lo que teníamos a mano: con nuestros ahorros, en la casa que la abuela de Maricel tiene en La Lucila del Mar, durante muy pocos días y adoptando diferentes roles de trabajo cada uno”, detalla Pécora sobre el proceso de producción. “Pudimos hacer de esas limitaciones una forma específica de trabajo, explorando un modelo de producción mínima donde la historia, el tema, las acciones, las situaciones y la forma de actuar de los personajes debían estar tratadas con un tono leve, natural y espontáneo. Le quitamos solemnidad al tema y a la puesta en escena, en función de un naturalismo que creíamos coherente con la economía de recursos extrema a la que nuestra falta de presupuesto nos obligaba”.
Tus cortos se hicieron conocidos por la manera de jugar con formatos anacrónicos como el super 8 y tus producciones anteriores eran dramas o policiales de autor. ¿Cómo te sentiste manejando un formato digital dentro de una comedia con más puntos en común con el cine indie norteamericano o el mumblecore que con tus proyectos anteriores?
Paradójicamente, al ser una historia naturalista y grabada en digital, creo que “Lo que tenemos” es la película más extraña que hice hasta ahora. Ya había hecho otros dos largometrajes en digital, el policial negro “Marea Baja” y el documental “Amasekenalo”, que filmé en Angola y Etiopía. Pero la mayoría de mis cortometrajes y mi primer largo, “El Sueño del Perro”, los filmé en formato fílmico de Super 8, 16 y 35 milímetros. Creo que en esta película el formato digital era el más adecuado, justamente por la manera de trabajo que nos habíamos propuesto, en la que a veces debíamos apelar a algunas improvisaciones pautadas. Al encarar un proyecto tan económico, sabía de antemano que durante el rodaje iba a encargarme -al mismo tiempo- de algunos aspectos de la producción además de la dirección: la dirección de fotografía y la cámara, sin ningún asistente. La necesidad de cumplir tantos roles a la vez me obligó a elegir el video porque era el que mejor se adecuaba, el más versátil y porque, a diferencia del fílmico, me permitía ver lo que estaba grabando al mismo tiempo que lo hacía. De ese modo podía ir corrigiendo la iluminación o el encuadre y hacer indicaciones a los actores, con mucha más facilidad y rapidez. En relación al género, nunca pensamos en algo concreto. Pero al terminar de montarla notamos que –tal vez sin proponérnoslo- habíamos hecho una comedia dramática, leve, espontánea. Un estilo que, al igual que el mumblecore, pone el acento en los personajes, en sus sentimientos, en sus dramas personales y sus afectos. Como director, me puse al servicio de esa tonalidad y pensé una puesta en escena sencilla, funcional al relato, sin las exploraciones formales o experimentales tan presentes en mis cortometrajes en fílmico.
¿Cuánto de improvisación y cuánto de apego al guion hay en tu película? ¿Filmaron más de la cuenta para después encontrar la película final en montaje o hubo algo más cercano al guion de hierro?
Trabajamos con un guion muy flexible al que respetábamos únicamente como una guía de estructura dramática. Es decir, conocíamos cómo se desarrollaba la historia desde principio a fin, pero las circunstancias nos llevaron a adoptar una forma de trabajo donde todo se volvía a conversar y a pautar en el momento, según las circunstancias. Es decir, salíamos cada día a filmar como si estuviéramos haciendo un documental, porque desde el vamos sabíamos que nuestro único capital de producción era nuestro poder de adaptación. Poder de adaptación al clima, a los espacios, a nuestras propias limitaciones productivas. Así, la improvisación estuvo muy presente, pero de manera pautada. Sabíamos qué escenas debíamos filmar y qué debía ocurrir en cada una de ellas, pero consensuamos un margen de adaptación e improvisación según las circunstancias. Ese método de trabajo fue muy funcional, porque nos dio mucha más libertad de acción y, sobre todo, porque de ese modo logramos un grado de espontaneidad en las interpretaciones que de otro modo hubiera sido mucho más difícil. Sin embargo, la instancia de montaje fue fundamental para encontrar el guion definitivo. Es en el montaje donde uno puede volver a escribir el guion y así lo hicimos junto a Nubia Campos Vieira. Ahí pusimos en práctica la idea de omitir ciertas informaciones y dosificar sutilmente otras, como una forma de evitar lo explícito, lo obvio y los subrayados, y mantener así a los espectadores en suspenso, en permanente expectativa de algo nuevo.
La película se hizo de manera independiente. ¿Cómo ves el acceso a salas o espacios de difusión para las películas que no tienen ese respaldo de acceder a la cuota de pantalla por hacerse por fuera del sistema? ¿Es peor ahora que antes -cierre de salas aparte- o los espacios siguen siendo los mismos que, digamos, 3 o 4 años atrás?
La veo cada vez más difícil. El acceso a las salas y otras pantallas es muy restrictivo para el cine argentino en general, pero mucho más para películas que fueron hechas, como esta, por fuera de los canales institucionales tradicionales. Afortunadamente existen espacios online que todavía permiten el acceso a este tipo de filmes, pero cada vez son menos. Espero que las cosas cambien al finalizar la pandemia y que la amplísima diversidad del cine argentino –en sus temáticas, sus formas y sus modelos de producción- tenga el acceso a las pantallas que se merece. Tenemos que empezar a reflejarnos en nuestras películas, en nuestra propia cultura y dejar de intentar ver algo que no somos –y nunca seremos- en el espejo deformante que proponen los grandes “tanques” de cine extranjero.