Mar del Plata 2017: Ojos bien abiertos

¿Qué se puede hacer salvo ver películas hasta volvernos viejos? Si hay personas que saben de eso son tres de los programadores del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Sobre esta 32° edición, que estrena nuevo director y productora, cuentan en qué consiste su particular trabajo y qué cambios y sorpresas nos deparan en una de las maratones cinéfilas más esperadas del año.

¿En qué consiste su trabajo como programadores?

Marcelo Alderete: Nos ganamos la vida viendo películas. Cualquier queja que venga después de afirmar eso queda invalidada. Somos gente difícil y a veces protestamos mucho, yo en particular, pero la verdad es que nos encanta nuestro trabajo y a veces el enojo viene por ese lado. Si nos dejaran, haríamos un festival de mil películas y aun así encontraríamos motivos para quejarnos. O sentirnos insatisfechos. Es esa insatisfacción la que te muestra que tu trabajo aún te interesa, creo. El día que no sintamos eso, supongo que dejaremos de pelearnos y nos dedicaremos a otro cosa.

Pablo Conde: A múltiples tareas que redundan en proponer los distintos films, focos, retros e invitados que forman parte de cada edición del festival. Contactar a las compañías que manejan cada título, solicitar links de visionado, negociar los montos de derechos de exhibición (conocidos como “fees”) y hacer de nexo entre dichas compañías y las distintas áreas del Festival (catálogo, invitados, tránsito de copias). Contactar a los potenciales invitados, rastrear las copias que conforman sus o los focos. La verdad es que tareas previas hay decenas, además de viajar a festivales para buscar material. O escribir y/o editar libros que publique el festival, como sucedió en el pasado con mucho éxito. A eso se suma el proceso de escritura para catálogos, web y demás, el diálogo con la prensa para potenciar la publicidad y, lo mejor de todo, acompañar a los invitados a presentar sus películas. Que el público reaccione (generalmente muy bien, por suerte) a las propuestas del festival, que interaccione con los cineastas, que debata, reflexione, trascienda el rol de espectador pasivo es lo más jugoso de toda la experiencia festivalera, me parece.

Cecilia Barrionuevo:En el sentido estricto se podría decir que miramos películas y seleccionamos las que formarán parte del festival, pero en realidad el trabajo excede ampliamente esto. Además de mirar las cerca de tres mil películas que se inscriben de manera espontánea, investigamos, buscamos, pedimos películas y pensamos cuáles serán necesarias para conformar la edición de cada año. Gran parte de este trabajo lo hacemos viajando a festivales, ya que es la manera más eficaz de contactar con directores, productores, críticos, programadores. Además de programar películas de grandes autores, nos gusta encontrar películas que permanecen un poco más ocultas o cuyo acceso es más difícil en nuestro territorio, y nos entusiasma pensar en retrospectivas, focos y secciones especiales. Para eso sirve mucho estar en contacto con colegas de diferentes partes del mundo. Más allá de las películas, pensamos en jurados e invitados especiales, y algo que también nos apasiona es la edición de libros, como el de Film Comment o El tiempo detenido, de Scott Foundas, que realizamos en años anteriores y que consideramos un complemento esencial para un festival. También trabajamos escribiendo artículos y reseñas para el catálogo e invitando a críticos, programadores y cineastas a participar de él. El catálogo es lo que de alguna manera resume nuestro trabajo. Durante los días que dura el festival el trabajo se vuelve muy intenso, porque realizamos las presentaciones y debates posteriores con los directores en las proyecciones de sus películas. Esta es una parte muy importante y delicada del festival, ya que es un momento especial porque aquí el público tiene la oportunidad de interactuar con los directores después de ver su película. La verdad es que no me gusta pensar mi trabajo como el de alguien que solo mira películas, porque lo que me entusiasma y me interesa es pensar y sentir al festival como una totalidad, una especie de ser vivo conformado por las películas, los invitados, el público, la ciudad. Creo asimismo que es una tarea muy sensorial e intuitiva.

 

¿Cómo es el proceso de selección de películas?

MA:Se inscriben muchas películas por la web, otras las buscamos nosotros o las vemos en festivales. El gran problema de los últimos años es que la cantidad de películas que se producen anualmente creció de una manera desmesurada. Son demasiadas. Nosotros nos separamos los títulos que se inscriben en la web entre los programadores y vemos todo. Es la parte más ardua, ya que entre ese material hay muchas cosas de los más variados niveles. De las películas que vienen por fuera de la web, cada uno de nosotros tiene su especialidad, gusto o interés.

PC: Depende. En las competencias la democracia gobierna, en las diferentes secciones o focos específicos cada programador trabaja con sus propios ejes. Este año, en la Competencia Internacional el Director Artístico eligió casi la totalidad de las películas en base a lo que le enviábamos los programadores, mientras que las Competencias Argentina y Latinoamericana se armaron por votación, gracias a un sistema interno muy práctico.

 

¿Cómo es la dinámica entre el equipo de programación?

PC:Complicada, lo que supongo que la hace más rica. En general todos tenemos intereses, ideas y gustos muy disímiles. Creo que esa interacción suma a la hora de pensar la programación generosa e inclusiva.

 

¿Qué significa para ustedes que una película se estrene mundialmente en el festival?

PC: Quizás el peor de los motivos únicos para programar una película.

CB:Creo que puedo entender los motivos que tienen los festivales para buscar con tanto ahínco estrenos mundiales pero, para ser honesta, desde lo personal desacuerdo en que eso juegue como una variable tan importante como para que en muchos casos se la priorice por sobre la calidad de una película. Asimismo, lo que más quiero es que las películas que me gustan sean vistas y compartidas por muchas personas en diferentes partes del planeta. Si todo el mundo se vale por esa carrera de los estrenos mundiales… cada película podría ser vista en contados lugares y por contadas personas. Probablemente para películas taquilleras no afecte mucho porque tienen audiencia asegurada en los estrenos de salas comerciales, pero para películas más independientes creo que es imponerles una limitación muy grande. Y algo más: uno de los festivales de cine que más admiro y disfruto hace caso omiso a este tema: se trata de la Viennale, donde uno encuentra en cada edición una programación impecable. Es un festival de mucho prestigio en el que no hay multitud de “estrenos mundiales” ni mucho menos. Hay que ver qué pasa ahora con la Viennale después de la triste noticia de la muerte de Hans Hurch, su director, una persona fundamental, única y posiblemente irremplazable.

 

¿Cómo es el proceso de selección e invitación de los directores y artistas que asisten al festival?

CB: Es un proceso un poco complicado, porque por un lado está todo lo que nos imaginamos un año para el otro, las listas soñadas que armamos sobre aquellos a quienes nos gustaría invitar; pero luego entran en juego las variables de lo que es posible. Y ahí la fecha del festival, la distancia en la que se encuentra Mar del Plata, los recursos financieros y estructurales con los que contamos terminan de definir la selección de los invitados de cada año, las circunstancias de vida y trabajo de cada uno.

 

¿En qué modificó su tarea y la logística del festival el hecho de que casi todas las películas se proyecten en distintos formatos digitales?

MA:Los formatos digitales son un problema más que una solución. A la hora de seleccionar material nuevo no nos afecta en nada. Lo que sí me parece necesario es, desde los festivales, tratar de mantener con vida y visibilidad a los formatos fílmicos. Tener la posibilidad de seguir proyectando en fílmico es algo que no deberíamos perder bajo ningún punto de vista. En Chile, en el Festival de Valdivia, inauguraron una sala nueva, solo para formatos en fílmico. Ese gesto es toda una declaración de principios sobre un tema del que se habla mucho, pero se hace poco. Hay toda una generación de jóvenes que ya se desacostumbraron a ver películas en 35 mm (ni hablar de 16 mm o Super 8) con todo lo que esto implica, y ese es un problema, ya que los formatos digitales tiene un nivel de perfección (en el mal sentido) que terminó acostumbrándonos a una imagen “lustrosa” y chata. Es medio largo hablar de todo esto. Pero es el tipo de debate que hay que dar y los festivales, como espacios donde se reúne la gente de cine, son el lugar ideal para plantear estas discusiones.

PC: No solo son distintos formatos digitales, también son fílmicos. Una de las partes fuertes del festival es la amplia variedad de formatos de registro y de proyección, comenzando desde el más casero Super 8 –hoy una declaración de principios artísticos, principalmente– hasta la proyección en 4K. Que estén presentes en el festival creo que es una obligación: hoy, quizás más que nunca, el cine se piensa desde ejes muy determinados ya en su concepción, por lo que –en situaciones ideales– se registra y exhibe siguiendo esos mismos ejes. Por todo esto creo que la sección de Super 8 y 16 mm que viene programando hace años Cecilia Barrionuevo es uno de los lugares más estimulantes, que más contagian. De todas formas, disgregué, perdón.

CB:Mi inicio en el Festival coincidió con un momento muy particular, porque justo comenzaba a vislumbrarse un cambio radical en los formatos de proyección. La mayoría de las películas comenzaron a venir en formato digital. Esto me generó una especie de angustia, porque mi educación no formal ha sido en cineclubes, como espectadora y como programadora, y desde ese lugar la relación con el celuloide es muy especial. Entonces creo que mi tarea como programadora se modificó, porque me empeñé en encontrar el modo de trabajar sobre secciones que permitieran que “la película” continuara existiendo en el festival. Por un lado ya hace seis años llevo adelante la sección de pequeño formato llamada Super 8 y 16 mm (en las dos últimas ediciones he realizado la programación junto a Pablo Marín), y por otro lado trabajo cada año sobre retrospectivas de directores de diferentes partes del mundo, cuyas películas hay que conseguirlas en filmotecas, cinematecas, coleccionistas. Conseguir una copia en su formato original para poder proyectarla de esa manera me provoca mucha adrenalina y una alegría particular, única, que no puedo explicarla muy bien. Pero es la misma que la que siento cuando veo una película en fílmico.

 

¿Cuántas películas tuvieron que ver, aproximadamente? ¿Realizan una selección previa para disminuir esa cantidad frente a todas las películas que se inscriben?

PC:Es una relación que año tras año se repite, aproximadamente: es 10 a 1, es decir que uno de cada diez títulos visualizados queda programado. Por supuesto no es una regla.

CB:No tenemos personas que realicen una selección previa de las películas que se inscriben cada año, es un área que hacemos los seis programadores que formamos parte del Festival (también están Ernesto Flomenbaum, Pastora Campos y Francisco Pérez Laguna). Miramos todas películas que se escriben, que son muchas, a eso se le suma todo lo que miramos en festivales y lo que nosotros pedimos y rastreamos. No sabría dar un número preciso, pero probablemente sea un número alarmante.

 

¿En qué clase de espectador piensan a la hora de seleccionar las películas?

MA:Creo que cuando empecé a trabajar como programador en el festival, ya hace nueve años, me asustaba un poco la idea de seleccionar una película y que no vaya nadie a verla. Con el tiempo, me parece que la audiencia del festival nos fue acompañando y tomando riesgos a la hora de ver cierto cine que no es tan popular y que es muy difícil de ver fuera de los festivales. Cuando vos programás cierto tipo de cine no tan popular y la sala se llena, te sentís protegido. Aunque en lo personal no me molesta que a algunas películas las vaya a ver una cantidad pequeña de gente. Ninguna calidad se puede medir con esos parámetros. Suena un poco cursi, pero crecimos como programadores junto al público. Un público que, hasta ahora al menos, siempre nos acompañó.

PC: Nunca habrá una respuesta correcta para esa pregunta. Y quizás ninguna sea incorrecta. En lo personal, lo que más me interesa es el público. Para mí es muy importante estar en las salas, entrar en silencio a mitad de tal o cual película para ver cómo reacciona el público en determinadas escenas. Se hace difícil con tantas corridas durante el festival, pero siempre tengo una lista de momentos para presenciar. Creo que eso ayuda a afinar la labor.

CB:Ahora al seleccionar las películas pienso en mí como espectadora, porque desde que tengo uso de memoria el cine me apasionó y porque durante años y años mis vacaciones consistían en viajar desde Córdoba hacia Buenos Aires o a Mar del Plata para ir a disfrutar de los festivales. Me gustaba descubrir películas, autores y después buscar líneas que unieran diferentes partes de la historia del cine con el cine contemporáneo, lo que conocía, o me era más familiar con lo nuevo que estaba viendo. Y me emocionaba, y me emociona mucho, estar en una sala de cine compartiendo una película con otros espectadores y salir y hablar de eso que había visto con otras personas que también habían estado ahí. Entonces al seleccionar películas pienso en esa especie de comunión que el cine logra, una comunión que genera una relación especial, en un tiempo determinado, en un lugar determinado. La experiencia en el Festival ha sido muy importante para mí, y me atrevo a asegurar que también para Pablo Conde y Marcelo Alderete, a quienes considero los mejores coequipers del mundo, y con quienes venimos trabajando hace años con mucha pasión. Somos afortunados porque siento que el público que participa del Festival de Mar del Plata nos ha ido acompañando a lo largo del tiempo, y nos ha ido animando a asumir más riesgos con la programación, nos ha hecho crecer. Tenemos mucha confianza en los espectadores que vienen al festival, y no me refiero solo a una élite cinéfila, sino a los espectadores en general. Te podría decir el momento exacto en el que particularmente sentí que algo se materializaba de manera diferente entre el público y nosotros: fue en 2013, cuando el último día del festival logré quedarme en la sala a ver completa Pays Barbare, de Angela Ricci Lucchi y Yervant Gianikian. Me senté, y cuando comenzó la función pensé “ojalá no se vaya mucha gente del cine” porque me iba a poner muy triste, ya que era un film que me gustaba mucho. Empezó la película y me olvidé de todo ese miedo, entré en un trance muy bonito, y cuando llegaron los créditos finales toda la sala empezó a aplaudir, y se encendieron las luces y me di cuenta de que nadie se había movido de su butaca. Ese momento no solo me dio mucha alegría, sino también mucha confianza.

 

¿Cómo modifica su dinámica de trabajo el hecho de que se incorpore un nuevo director y una nueva productora?

MA:Nuestra dinámica no cambió mucho, creo. Tuvimos que cerrar todo en un lapso muy corto y eso seguro nos hizo cometer algunos errores que se podrían haber solucionado con un poco más de tiempo. En el momento en que se incorporaron el nuevo director artístico y el nuevo equipo de producción, entre ellos acordaron los números finales de cantidades de películas, subtitulados, invitados, etcétera, y a partir de eso nosotros hicimos nuestro trabajo. O, mejor dicho, terminamos de darle forma al festival con lo todo lo que habíamos visto durante el año. El nuevo director artístico tuvo la palabra final sobre las películas de la Competencia Internacional y el jurado de esa competencia, más algunos invitados internacionales y algunas películas de Panorama.

PC:Los tiempos no fueron los mejores. Veníamos de trabajar con los Fernandos como directores artísticos (Fernando Martín Peña y Fernando Spiner) con aceitado planeamiento, aunque nunca llegara a ser el ideal: el tiempo es, efectivamente, tirano. Como este año la designación de Peter Scarlet y Rosa Martínez Rivero fue tardía, nos obligó a todos a trabajar más a contrarreloj de lo habitual. Absolutamente acertado, José Martínez Suárez, el Presidente del Festival, suele repetir que la organización del festival del año siguiente comienza apenas termina el del actual. Ojalá se cumpla en 2018.

 

¿Qué desafíos tuvieron que enfrentar en esta edición?

MA:Fue un año difícil. Hubo muchas idas y vueltas y no supimos hasta muy empezado el año qué iba a pasar con Fernando Martín Peña. Con él, más allá de lo personal (lo queremos mucho), siempre nos sentimos protegidos. Sabíamos que ciertas batallas las iba a pelear él por nosotros. Nos evitaba un desgaste importante. Aunque lo sufría él, claro. Eso nos daba mucha fuerza, tranquilidad y confianza a la hora de realizar nuestro trabajo. Después hubo un periodo largo de tiempo en el que nosotros seguimos realizando nuestras tareas, pero sin poder tomar decisiones. Eso nos afectó mucho, ya que no se puede tener a un director o una película esperando mientras otros festivales también les hacen ofertas. O armar retrospectivas. Es casi milagroso que en la programación final del festival haya dos retrospectivas como la de Zilnik y la obra completa de Arrietta. Todo eso se armó en tiempos imposibles.

CB:En esta edición hubo varios desafíos, sobre todo relacionados con los cambios en dirección y producción del festival. Fue un golpe duro para nosotros como programadores que Fernando Martín Peña no estuviese más en el Festival. Armábamos un muy buen equipo con Peña como director, nos apoyaba mucho, crecimos mucho con él, había mucho respeto y confianza. Además el cambio se produjo muy entrado el año, en fecha ya muy próxima a los plazos de cierre de programa y de inicio de la edición, así que ha habido una carrera contra el tiempo. Quizás el mayor desafío desde la programación en este aspecto de la falta de tiempo ha sido en lo que se refiere a las retrospectivas de Ado Arrietta y de Zelimir Zilnik porque, si bien se habían propuesto una a fin del año pasado y otra a comienzo de este año, nos dieron el ok definitivo para llevarlas adelante en una fecha extremadamente cercana al festival, así que en un período inverosímil tuvimos que sacarlas adelante. Por otra parte, y esto no fue un desafío menor, este año tuvimos la indicación de programar una determinada cantidad de películas (un número menor que en años anteriores), y por este motivo hubo que replantear cierto equilibro de la programación, buscando que no se vea afectada la calidad del festival.

 

¿Qué actividades destacan durante el festival?

MA:La charla sobre el gran acontecimiento de este año, Twin Peaks, y el diálogo entre Ado Arrietta, Serge Bozon y Pierre Léon, tremendo lujo que se da el festival de tener a estos directores hablando entre ellos.

PC: Las retros de Zilnik y Arrieta, Corea como país invitado, la charla de Gastón Ugarte “Un argentino en Pixar” y las medianoches en el Ambassador 1: creo que este año la selección es imparable.

 

Si tuvieran que recomendar cinco películas imprescindibles cada uno, ¿cuáles serían?

MA:Las dos de Hong Sangsoo, que las contamos como una. Thirst Street, película en la que Nathan Silver se enloqueció completamente. Las extensiones, la nueva de Manuel Ferrari, aunque secreto, uno de los grandes directores argentinos. Las “nuevas” de Godard y Ruiz. El mar la mar y Cuentos de chacales, otro de los títulos argentinos que darán que hablar. Autumn, Autumn, la gran película coreana del año (junto a The First Lap), a pesar de que es de 2016. Prototype, película experimental en 3D con la presencia del director. A pesar de todo, hay muchas películas para ver. Que, después de todo, es casi lo único que importa. Al menos hasta el próximo festival.

PC:Sin orden en particular y con la esquizofrenia como norte: Brawl in Cell Block 99, de S. Craig Zahler, un –bienvenido– mazazo en la cabeza. Twin Peaks:Fire Walk With Me, de David Lynchno solo porque este fue el año de TP. Lucky, de John Carroll Lynch (¡salud, Harry Dean Stanton!). Tres avisos por un crimen, de Martin McDonagh: nunca reírse provocó tanta culpa. Pizza, birra, faso, de Adrián Caetano y Bruno Stagnaro, porque 20 años no es nada.

CB:Se me hace difícil elegir solo cinco películas, así que nombraré sin orden de prioridad algunas de mis favoritas, y no voy incluir ninguna de las que están en competencia: Ex Libris – New York Public Library, de Wiseman; Madame Hyde, de Bozon; Barbara, de Mathieu Amalric; Grandeur et décadence d’un petit commerce de cinéma, de Godard; Il monte delle formiche, de Riccardo Palladino; películas argentinas fuera de competencia: Córdoba sinfonía urbanaCuento de chacalesNoche de otoñoLa suave noche y Volcán adorado; el programa de películas de Marie Louise Alemann y MLA, de Paulo Pécora; FlammesLe jouet criminel y Belle dormant, de la retro de Ado Arrietta; y Little Pioneers y The Second Generation, de la retro de Zelimir Zilnik. Y los cortos imperdibles de la sección Estados Alterados. Seguiría con la lista, pero creo que ya me pasé de las cinco impr

 

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